martes, 2 de junio de 2009

TIEMPO PRECINEMATOGRAFICO
Pablo C. Ducrós Hicken
En la revista El Hogar, año 1954
Breve antología de los pioneros de Aquellos Tiempos del Biógrafo
Museo Municipal del Cine Pablo C. Ducrós Hicken

Un vapor de la carrera había traído en esos días entre su escaso pasaje a un jovencito inmigrante, de 15 años, austriaco, trasbordado en Montevideo de un barco que no se arriesgaba a llegar a nuestra capital.
Con un compañero de viaje decidieron los dos bajar a tierra y aventurarse por la Avenida de Mayo rumbo a cierto albergue donde, deciase, un connacional daba pensión. Al cruzar una bocacalle y luego de escuchados algunos disparos de fusil, el amigo cayó mortalmente herido. El pequeño inmigrante lo recogió y como pudo lo dejó en un zaguán, echándose a correr, muy impresionado, rumbo al oeste, zigzagueando por entre ráfagas de proyectiles. Encontró finalmente el hospedaje buscado y con el tiempo obtuvo un empleo de sereno en una fábrica.

En esos meses, en Bruselas, dos médicos de prestigio aconsejaban al barón Enrique Lepage, hijo de un ministro belga, a que cambiara de aires en un ensayo tendiente a mejorar la quebrantada salud de su esposa.

El barón eligió Buenos Aires y trajo consigo a su señora y a su hijo, sobre el que pesaba también la probabilidad del desarrollo del mismo mal. Como algo había que hacer, el señor Lepage resolvió asociarse y abrir una casa de artículos de fotografía y lo hizo en la calle Bolívar Nº 375. Poco tiempo después su socio retornó a Europa y el belga resolvió continuar‚ solo al frente de la firma. Era el año 1891. Los tiempos no eran prósperos. La crisis del año anterior continuaba y las operaciones se hacían en pesos oro.

La fotografía conquistaba a los porteños. La casa Lepage empezaba a formarse de una clientela consecuente, a la que concurrian profesionales de prestigio, como el químico doctor Pedro N. Arata, y los mismos profesores del vecino Colegio Nacional Central. Llegaban entonces los primeros aparatos manuables que prometían simplificar la técnica fotográfica como el BlockNotes Gaumont, el Repórter, el Detective, etc. En el curso de sus iniciativas importantes, el señor Lepage dio comienzo a la edición de una Revista Fotográfica Ilustrada, cuya lectura resulta aún hoy de interés por lo útil del contenido.
Ella le fue confiada a un empleado de la casa, el señor Francisco Ponciello, y fue la primera en su género escrita en el país.

El aficionado a la fotografía se admiraría hoy de ver la variedad de aparatos y accesorios que ya se utilizaban, desde los más pequeños de bolsillo, como los actuales, hasta los que disimulaban sus funciones bajo apariencias extrañas para poder sorprender escenas de reportajes difíciles de captar.
Una bien merecida prosperidad posóse entonces sobre la calle Bolívar número 375, casa atendida por el propio dueño con su recordada afabilidad.

Paralelamente al vasto ramo fotográfico, comenzó Lepage a importar los primeros fonógrafos Edison, cuyas audiciones se lograban por medio de auriculares, luego de lo cual llegaron con bocinas. Esta máquina parlante fue un imán que congregaba a los transeúntes de la zona y alguna vez fue menester suspender su ejecución porque la afluencia de curiosos y estudiantes del Colegio Central amenazaba interrumpir el tránsito. Llegaron inmediatamente los aparatos para uso doméstico. Costaban de diez a treinta pesos Oro, según el modelo. La casa Lepage puso una pica en Flandes al conseguir que el egregio Enrico Caruso grabara su primer registro fonográfico en su casa, cilindro que se anunció en sus catálogos, pero que hoy se considera perdido.

El caballero comerciante tenia un equipo de empleados franceses elegidos por razones de idioma; pero entendiendo que los cilindros fonográficos debían formar también una colección nacional, comenzó a ejecutar una serie extensa de diálogos humorísticos, recitados y canciones cuyos títulos son sugestivos y tentaría él escucharlos.

Veamos algunos títulos anotados en sus índices: Discurso de Bartolomé‚ Mitre, Falucho, Poesías de Guido Spano (por el autor), Confesión de un gaucho, Pericón, La Morocha, Un paisano en el tranway, La fonda del mondongo, Al doctor Alem, Desafío del gaucho picaflor, etcétera.

El pequeño emporio empezaba a instruir a la ciudad en la modernización de sus hábitos ciudadanos por medio de la difusión de elementos novedosos, materiales fotográficos para aficionados y cilindros virgen e impresos, que registrarían para el futuro algunos acontecimientos de importancia nacional, pero que la imprevisión malogró.

Mientras la firma organizaba su importación y su comercio, otro pequeño inmigrante venido de Austria y empleado de sereno en una fábrica olvidada durmiese una noche en su puesto y, por su descuido estalló una caldera. Perdió aquel empleo, echóse a andar por las calles cuando dio con la "boutique" de Monsieur Lepage y entró preguntando sí hacia falta un empleado. Se entendió con el patrón en idioma alemán, y al escucharle su nombre, Lepage lo tradujo sonriente por "Hombre de la Suerte" y lo admitió como empaquetador. El joven postulante se llamaba Max GIücksmann. La dificultad mayor del señor Lepage era el idioma y ello le había movido a tomar empleados que supieran hablar francés o el alemán hasta tanto dominara él la lengua de Cervantes. Llegaba al país la fotografía estereoscópica en toda suerte de máquinas y estilos y la imagen tridimensional maravillaba al joven Giücksmann cada vez que recibía colecciones impresas por este procedimiento, cosa que nunca había visto en su pueblo natal de Czernowitz. Por su parte, el doctor Arata mostraba al señor Lepage sus primeros resultados de fotografía en color natural mediante los autocromos Lumiere, hechas venir por Lepage a su pedido.

Llegó también otra novedad; esta vez musical. Eran los orquestones automáticos, curiosos muebles en cuyo interior había un gran disco de metal perforado, combinado con peines de acero y campanillas, con los que reproducían trozos de óperas y valses de Strauss. Feriantes y propietarios de cafés acudieron a la casa Lepage llevándose buen número de estos famosos tragamonedas. De pronto, don Enrique hizo un anuncio sensacional que el mundo médico recibió con verdadero entusiasmo.

Los tubos Roetgen para Rayos X, iniciativa ésta que sola bien valdría la justicia de una conmemoración. El número de empleados iba creciendo. El catálogo se enriquecía con diversos artículos que el genio humano maduraba en Francia, en Alemania o en Estados Unidos.

Para GIücksmann, esta prosperidad representaba el paraíso soñado, la tierra prometida, la América, el alejamiento de una Europa castigada y envejecida. Afluían los pesos como nunca había visto en su tierra. Tuvo una idea y se la transmitió al patrón, quien sonrió y le dejó hacer. Preparar "productos de la casa" que la consagrarían por sus buenos resultados A este efecto debe contarse algo

El señor Lepage, su señora y su hijo vivían en los altos de la esquina sudoeste de las calles Belgrano y Bolívar, y por tratarse de una casa muy amplia, le había cedido dos habitaciones a GIücksmann.

Aceptada su idea de preparar drogas de fotografía, los domingos por la tarde se dedicaban a combinarlas en las piletas de la casa y así se logró su famoso revelado lconógeno, tan popular en su tiempo.

El fotógrafo principiante necesitaba de dos líquidos reveladores ya listos para su uso, y aunque existían otros comercios similares en la ciudad, la honestidad de la casa, su ubicación céntrica y la verdadera feria de novedades que fascinaban al amateur hacían que todos lo inquietos preguntones del arte fotográfico concurrieran al negocio de la calle Bolívar, en donde se colmaban sus ansias indagatorias con folletos, catálogos y ejemplares de la Revista Fotográfica Ilustrada.

La variedad grande de máquinas placas y papeles sugestionaba a los aficionados, a quienes Max GIücksmann entretenía con su parlanchina jerigonza de alto grado persuasivo También dispusieron cuatro pequeños gabinetes para que los aficionados que quisieran pudieran procesar ahí mismo sus negativos y copiar sus imágenes, lo que hacían muchos, y entre ellos lo recuerdan hoy el arquitecto Courtaux Pellegrini y el doctor Carlos Citrino, clientes consecuentes de la casa. Los gramófonos se vendían en cantidad los orquestones conocieron una popularidad similar a la que hoy conocen los fonógrafos automáticos de los bares.

Una tarde el señor Lepage se hallaba leyendo una larga carta de su proveedor en Paris, donde le comunicaba que la fotografía animada era presentada con éxito en Paris, pero que los aparatos no se libraban al público. Que los señores Lumiere no vendían ni alquilaban sus máquinas, pero que la casa Elgigé (León Gaumont) se disponía a fabricar una serie de equipos similares utilizando sus propias patentes Gaumont-Marey-Demeny y de resultados parecidos.

Que en caso de concretarse esta noticia, les mandaría un aparato de muestra. Comunica esta novedad al señor Giücksmann quien dijo que fueran lo que fuesen las proyecciones animadas, la casa Lepage las presentaría también en Buenos Aires.

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